No tienen aroma los cuerpos en el presente.
Tienen luz, tienen vida,
pero ni una hebra de olor en el presente.
Allí donde adquieren los cuerpos aroma
es en las imágenes que se van legando:
cada instante convertido en esencia
en el trémulo vaso de la memoria.
Así sucede que ahora sin ropajes,
tendida y maravillosa sobre las sábanas,
tienes luz y estás repleta de vida,
pero no tienes ni una nube de aroma.
Yo sé con certeza que mañana,
en el recuerdo de este momento,
tu cuerpo y mi cuerpo que hoy no tienen perfume
olerán a madreselva.


(Ciudad Olvido. Otoño de 1966)


19 de enero.
Habitación 309.
Viernes. 3 de la madrugada.

(Ojos cerrados de par en par)

1.

A esa hora en que el telón cae y los ladrones ocultan su rostro con una media, los mendigos improvisan camas para no dormir y son absurdos los semáforos, tú me acogías segura entre tus piernas de mármol y desde ese trono me hacías contemplar Olvido. Esta noche la ventana es un escenario vacío, y un ladrón revienta la caja fuerte de mis sueños; hombres sin afeitar se hacinan en las bocas cerradas de metro y dos conductores discuten sobre quién tiene preferencia: los semáforos no funcionan. Es ahora cuando busco tus piernas para que me cobijen entre sus arcos, y sólo encuentro la ausencia de aquel trono desde el que se veían todos los campanarios. Ya nada tiene remedio. Odio con todas mis fuerzas esta encrucijada donde no habitas, en la que tantas noches visitamos las dudosas tabernas del puerto para leer en los brazos de los marinos nombres de mujeres que los olvidaron. Hay radiantes escenas del pasado que se enroscan al recuerdo como si fueran anacondas. Sus anillos, hoy, me están asfixiando.

En Ciudad Olvido (dos años después) 1968





18 de enero de 1968.
Hotel P. Habitación 309.
Ciudad Olvido. Jueves. 18 h.


(Paredes frías. Maletas sin deshacer)

He vuelto a Ciudad Olvido. Tu recuerdo se espesa en el aire. Desde la habitación del hotel puedo contemplar el muelle, en el que veíamos partir los barcos hacia países que ya no visitaremos. La Avenida de las Flores, ahora, se llama como un general glorioso, y la fuente a la que solíamos echar monedas ya no tiene agua ni peces. Por lo demás, todo sigue como lo dejamos: los viejos pescadores mintiendo a los muchachos historias de ballenas que una vez destrozaron el puerto, y ese olor a salitre que ondea omnipresente en la noche como un gran retrato de Lenin en la Plaza Roja. Si el silencio aguzara sus oídos, podría escuchar a un negro en el interior de mi cabeza, haciendo llorar para nosotros la música de su saxo. Creo que si alguna vez me decido a hacer inventario de este viaje, contando las veces que no pensé en ti acabaré más pronto.